05. PERDER

05. PERDER

21 de Noviembre, 2019 – CABA

No me gusta perder, y si bien hoy no me considero una persona competitiva, esta posibilidad me genera algunos bloqueos al momento de tomar decisiones.

Debo reconocer que he aprendido desde muy chico que competir era la única manera de ser varón, eligiendo entre boca o river, entre peronistas o radicales, desde los tironeos entre mis familias materna y paterna se encargaban de atribuirme esas etiquetas en contra una de la otra. Unos ganaban y otros perdían, así funcionaba y funcionó mucho tiempo para mí de esa manera.

Con el tiempo pude enfocar casi exclusivamente esta energía competitiva al ámbito deportivo y hoy en día cuando nado me gusta “ganarle” a alguien, aunque sólo estemos entrenando.

Noto también, incluso escribiendo este capítulo, lo que me cuesta reconocer la pérdida y mostrarla, contarla, hablar de ella. Sigo habitando en la creencia de que “está mal perder”, “sentirse un perdedor”, “aceptar una derrota” pero esta vez pude darle una vuelta a estas conversaciones y me propuse “perder para dejar de perder”.

Esta simple frase, que parece un juego de palabras, me hizo mucho sentido cuando la escuché en una de mis sesiones de psicoanálisis y me permitió accionar diferente, empezar a ver posibilidades en un espacio de total ceguera, un lugar en el que prefería “hacer la vista gorda” aunque de trasfondo me quedaba un gusto amargo constante y recurrente.

Una postura infantil quizás, de no querer ver lo que estaba pasando con la ilusión de que al volver a “pispear” todo se habría solucionado mágicamente y ya no habría más sufrimiento.

Aquel dinero que había invertido el año pasado en un fondo de inversión, que parecía tan prometedor los primeros meses, comenzó a descender desde Julio de ese año y nunca más se recuperó.

Cada vez que me animaba a entrar a ver si había cambiado mi saldo lo hacía con temor y con cierta esperanza también, aunque al ver el resultado salía triste y mi estado de resignación crecía.

Entonces sucedió lo que anticipé unas líneas atrás, dejé de ocuparme y “solté” el chequeo semanal de mis inversiones y me entregué al “devenir”, lo que hoy veo como “no me ocupe de lo importante e hice la vista gorda”. No sentía el coraje para tomar una decisión, ni me sentía asesorado o con la información suficiente para hacer algo lo que devino en una resignación de manual con una gran dosis de negación.

Gracias a mi estado de negación pasaron los meses y yo no hablaba con nadie del tema, no quería ni pensarlo, pero de alguna manera mi vocecita interior me lo recordaba una y otra vez. Hasta que me animé a contárselo a mi novio, que si bien algo sabía, no estaba al tanto de “la gran caída”. Se apenó y enseguida me preguntó “¿hasta cuándo vas a esperar?” y enseguida me aparecieron la preguntas “¿cuál es el límite?”, “¿qué alternativas tengo?”, “¿cómo hago para recuperar lo perdido?”, “¿qué decisión tomar si perder no es una opción?”.

Me llevó tiempo desafiar esas y otras preguntas nuevas que aparecían hasta la frase “perder para dejar de perder” que me abriría nuevamente a ver posibilidades más allá de la situación actual, posibilidades que no iban a ser posibles si no abría la puerta a perder, a tomar una decisión, a crecer, aprender, aceptar la derrota y tantas otras ideas más.

Es anecdótico a esta altura contar que había puesto bastante dinero en ese fondo, algo así como todos mis ahorros, y que al momento de aceptar la pérdida y retirarme lo hice con casi la mitad del valor inicial.

Desde entonces perder se ha convertido en una opción válida, a tener en cuenta al menos, como alternativa a retirarme cuando lo considere conveniente en pos de un bienestar mayor en este sendero emprendedor.

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